La transición es, de manera general, el cambio significativo que en un período de tiempo determinado se produce en una realidad, como resultado de procesos de cambio en los elementos que componen dicha realidad. Se tiene entonces una nueva realidad.
La transición
geopolítica, haciendo comparación con el párrafo anterior, viene a ser el
cambio significativo que se produce en el contexto de las rivalidades de poder
en los territorios, a diferentes escalas, desde la microescala (aldea) hasta la
macroescala (continente-mundo).
En estos días que corren,
del primer trimestre del año 2025, se comienzan a ver los primeros rasgos de
una nueva realidad geopolítica. El resultado de un proceso de transición que se
ha venido dando en diferentes lugares del mundo, se está reflejando en un nuevo
mapa, con cambios en los protagonistas principales.
La Europa que se lanzó a
la conquista del resto del mundo, que logró someterlo y reconfigurarlo, está cediendo
paso, para desempeñar ahora, roles secundarios. Nuevos actores se suben al
escenario para vocear sus parlamentos, con fuerza y estridencia.
El continente africano,
con sus 54 Estados independientes, y sus ya más de 1.500 millones de
habitantes, con sus economías en desarrollo que han dado importantes pasos, se
presenta, en buena medida, como el mundo del futuro. Lo mismo vale para el
mundo árabe-persa musulmán del Medio Oriente, rico en recursos energéticos.
Y qué decir de la India,
Pakistán y Bangladesh, entremezclados en el hinduismo y el islamismo, que en
conjunto alcanzan ya los 2.000 millones de habitantes; o todo ese mosaico
etno-lingüístico que constituye el sudeste asiático, con Indonesia a la cabeza.
En fin, un mundo en
transición que se reconfigura en múltiples polos, que estira los brazos para
sostenerse los unos a otros, para forjar el equilibrio y no caer en el abismo.
Por Alfredo Portillo
alportillo12@gmail.com
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