En diciembre pasado, en medio del furor de los días navideños, una noticia daba cuenta de las protestas en Indonesia, en rechazo a la llegada de refugiados de la etnia rohinyá, a una isla de este país del sudeste asiático. Meses atrás, en el transcurrir del año 2023, otra noticia describía el desastroso impacto que había causado el ciclón Mocha, sobre los miembros de la etnia rohinyá asentados en el estado de Rakéin, en Myanmar (Birmania). Y por si fuera poco, en los primeros días de enero de este año 2024, un incendio arrasó con más de mil refugios donde vivían rohinyás, al sudeste de Bangladesh.
Esta serie de vicisitudes que durante la última década ha
caracterizado la existencia de los rohinyás, da una idea del precario estado en
que se encuentra esta étnia bengalí y musulmana, víctima del realismo geopolítico que practican
los diferentes Estados que se han visto salpicados por el drama rohinyá.
Razones de carácter demográfico, religioso, étnico y de identidad, se han
conjugado para que los rohinyás sean rechazados por todos y en todas partes.
Rechazados por sus hermanos étnicos y religiosos de
Pakistán; rechazados por Bangladesh; rechazados y perseguidos por las autoridades
políticas y militares de Myanmar (Birmania), con la venia de los monjes
budistas, en nombre de la pureza birmana; rechazados por los países musulmanes
a donde han tenido que huir y refugiarse, sea en Arabia Saudita, Malasia o
Indonesia.
El caso de los rohinyás es similar al de los palestinos, o
al de los kurdos, o al de los uigures. Están en medio del fuego cruzado de los
intereses de naciones y Estados, que no tienen espacio ya para hacer un
huequito donde puedan encajar. Ya estamos completos, dicen, ya no queremos a
más nadie.
Por Alfredo Portillo
alportillo12@gmail.com
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