Con lo que ha ocurrido recientemente, que se suma a la serie de episodios que durante más de un siglo se han suscitado entre judíos y palestinos, que se extiende al mundo árabe-persa, y al islam en todo el globo terráqueo, y más allá de las pérdidas en vidas humanas y materiales, hay algo que resume esta tragedia humana: se trata del odio mutuo que seguramente se incrementará durante las próximas generaciones.
Porque si bien es cierto que lo
ocurrido hasta ahora, cuando transcurre este mes de octubre del año 2023, ha
sido grave, exacerbado por los medios de comunicación y las redes sociales, no
resulta difícil dimensionar, en estos
momentos, la trascendencia que durante los venideros años podrá tener. Sólo
basta ver y escuchar las declaraciones
de los personeros que son protagonistas en estos momentos, y las
manifestaciones de apoyo y rechazo que multitudes enardecidas están realizando
en múltiples ciudades de todos los continentes.
Y es que no se puede obviar el
hecho de que lo que está aconteciendo,
tiene el signo indeleble de lo religioso. Se trata del judaísmo y del islam, con sus
diferentes variantes y matices. Porque si algo enciende las pasiones, es
precisamente lo religioso. Nada ofende más a un ser humano que un agravio a su
religión, especialmente si ésta es su principio de vida.
Por ahí andan, como fantasmas
recorriendo las calles de las urbes, la judeofobia y la islamofobia, acechando a sus víctimas, marcando sus casas
y prohibiendo sus atuendos, sus libros, sus cánticos y sus oraciones. Todo
pareciera justificarse, y todo lo que el otro dice no es cierto, porque la
verdad se construye y se difunde, según la causa que se defiende. La
interrogante que surge entonces, es si las heridas mal curadas que se han
abierto nuevamente, podrán cicatrizar alguna vez.
Por Alfredo Portillo
alportillo12@gmail.com