Los conflictos en las sociedades y entre naciones y países que desembocan en guerras bélicas, pueden ser explicados en función de las diferentes dimensiones o factores que influyen en su desarrollo. Es posible que determinada dimensión sea la decisiva o la que más influye, lo que no quiere decir que otras dimensiones no tengan importancia. Se puede dar el caso de una guerra en la que la dimensión determinante sea las rivalidades interétnicas, o la disputa territorial en zona fronteriza, o un yacimiento minero, etc.
En el caso del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, que
está en pleno desarrollo, la dimensión religiosa, sin duda alguna, está
teniendo una gran importancia, y cuidado si no es la más importante. Porque más
allá de la expansión de la OTAN hacia el este de Europa, o la dependencia de
Alemania del gas ruso, o las pretensiones de Vladimir Putin de crear la Gran
Rusia, está la disputa en el seno del mundo cristiano, tanto a lo interno de la
tendencia ortodoxa, como entre esta última y la tendencia católica. Y no por
casualidad, el escenario territorial del
presente conflicto bélico es justamente la zona fronteriza entre ambos mundos
cristianos.
Ya, cuando han transcurrido varios meses desde el inicio de
las refriegas bélicas en territorio de Ucrania, las preguntas que hay que
hacerse a estas alturas, son las siguientes: ¿Cuándo terminará el conflicto y
se declarará la paz? ¿Basta la mediación
de la ONU, o del Papa Francisco, o del presidente de Turquía, para que se
llegue a un acuerdo de paz? ¿La agudización
de la crisis alimentaria mundial será razón suficiente para el cese de
las hostilidades? ¿El fin del conflicto está en función de los objetivos
geopolíticos de sobrevivencia civilizatoria
que se ha trazado la alianza entre
el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el patriarca de la Iglesia
Ortodoxa Rusa, Kiril I? Los meses por venir, los meses del duro invierno europeo que se presagia, a lo mejor
nos dan la respuesta.
Por Alfredo Portillo
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