El pasado martes 3 de diciembre de 2013 tuve la
oportunidad de hacer una corta disertación acerca de la geopolítica de la
criminalidad organizada ante los alumnos de la cátedra de Drogas y
Drogodependencia de la Escuela de Criminología, de la Facultad de Ciencias
Jurídicas y Políticas de la Universidad de Los Andes, gracias a la invitación
que me extendieran el Profesor Félix Angeles y la Criminóloga Odalis Parra.
Aproveché para presentar la concepción que de la geopolítica
ha desarrollado el geógrafo francés Ives Lacoste, quien vincula esta palabra a rivalidades de poder y de influencias entre diversas fuerzas políticas
que tienen por objetivo el control, la conquista, la defensa o la utilización
de un territorio, por lo que, en el caso de la geopolítica de la criminalidad
organizada, se estaría hablando de rivalidades de poder y de influencias en las
que participan organizaciones criminales que tienen por objetivo el control, la
conquista, la defensa o la utilización de un territorio. Y para reforzar este
planteamiento, cité al autor Alain Labrousse, quien señala: “Gobiernos, grupos insurgentes, organizaciones
criminales o terroristas, se disputan las riquezas originadas en las zonas de
cultivo de amapola, coca o marihuana, las rutas de tránsito de esas sustancias
ilícitas y los mercados”.
Y para insistir en la dimensión territorial que tiene el
fenómeno de la criminalidad organizada, hice referencia a los autores
Jean-François Fiorin y Jean-François Gayraud, quienes señalan lo siguiente:
“Todas las organizaciones criminales tienen una dimensión territorial muy
fuerte. El territorio entendido aquí como realidad física (calle, barrio,
región, país…), pero también como espacios inmateriales (mercados financieros,
ciberespacio, etc.) fluidos, opacos, transnacionales, que se prestan a las
actividades criminales”. Todo esto lo ilustré, al final de la presentación, con
algunas imágenes cartográficas que muestran el arraigo territorial de la
criminalidad organizada, desde la dimensión local hasta la dimensión
planetaria.
Por Alfredo Portillo.
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